viernes, 28 de marzo de 2008

MI TÍO MÁXIMO.
Conviene dejar siempre algún fleco suelto que asegure el regreso. O al menos eso dicen las guías. Que haya tiempo para pasear por el callejón del agua y tomarse unos chanquetes, pero la puerta al tercer viaje quede entreabierta para que por ella puedan tranquilamente circular los planes para los que no hubo tiempo, las procesiones de madrugada, conversar amigablemente con Paquirrín, acercarse al Supercolores. Paso de los que critican a los que pasan precisamente de eso, de confundir los mejores planes con los nuevos y desperdician la posibilidad de mejorar los anteriores, volver a la misma tasca a probar el mismo montadito de gambas o encontrar otra en los Remedios que haga olvidar aquella que tanto nos prestó, coño, de perseguir la felicidad por el arte del perfeccionamiento, rodearse de los mejores expertos de esto, el tío Javi o el tío Maximo, que los Valverde son unos enamorados de eso mismo, de clavarse sesenta años seguidos en el mismo adoquín de la Plaza de Santa Ana a ver pasar la Virgen de la Esperanza, confiando que en uno de estos les cambie la suerte, todo se tuerza, aparezca un bollito de veinte años enseñando el tanga y les guiñe el ojo solmenando con una mano las llaves de un hotel.

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