Siempre había sido partidario de razones expeditivas para justificar el desastre y no perdía mucho tiempo en encontrarlas, los jugadores son unos vagos y unos hijosdeputa, y me mudaba de los motivos más profundos y universales, la eterna crisis de carácter del jugador de futbol, a aquellos más particulares, la espinilla de Salgado, que me parecían más oportunos ante una decepción tan reciente. Será porque me faltan las razones o porque me he cansado de buscarlas, el caso es que Michel Salgado cada vez juega menos y este año ya no tengo a Roberto Carlos para cargarle el muerto. Tampoco está Florentino y muchos madridistas crecen ya sin haber oido hablar de los galácticos, de la lentitud de Fernando Hierro o la indolencia de Michel. Cada eliminación en octavos lleva una perdida añadida, la de aquella explicación que la entienda o por lo menos la haga más llevadera. Y ya hemos llegado a un punto en el camino miserable de este equipo en el que no jode tanto perder en casa como no poder revelarse a gusto contra ello, tener un defensa al que echarle la culpa o una pócima milagrosa que espera en un rincón a que el negrito de turno la pruebe para volver a ganar. La décima, como dice el Marca, aun puede esperar tranquila. Que esto va para largo.
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