Son todos unos buenos pajaros. Esta es una expresión que se utiliza mucho. Hay otras parecidas que con mayor o menor acierto reflexionan sobre lo mismo. Tiene la mano fácil. Vaya peligro. Hace cuarenta años Kennedy ya era un buen putero, en sentido figurado, porque por lo que dice Jed Mercurio en su libro, al irlandés le costaba trabajo pagar, no era él uno de ésos, prefería montarse la fantasía mental de seducir por sus santos méritos, que le daba al asunto un tono más cotidiano y le restaba frialdad. La manía de mezclar actividades tan distintas y no ver la diferencia entre gobernar con acierto un país y llevarse a la cama a la primera empleada de hotel con la que te tropieces por la mañana empezó justamente con él. Nadie hasta entonces indagaba en los pensamientos más oscuros porque daban lo mismo o posiblemente era fácil presumir que fueran todos iguales, acaso hay alguna diferencia entre el modus operandi suyo o el de Strauss Khan, que significaba algo parecido. Kennedy abrió la veda. Se juntaba con Sinatra en una finca multiusos donde se lo pasaban bomba y pensaba en los misiles de Cuba con un ojo en el último book que le llegaba de la costa oeste.
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