jueves, 11 de noviembre de 2010

QUIERO VERLAS DE CERCA.
Cuando se anuncian tormentas y se amenaza a los bañistas con olas de ocho metros, la gente se abre paso entre sus competidores y se lanza al paseo marítimo para comprobar de primera mano que lo que dicen en la tele no es broma, que ya han muerto varios de esta manera tan tonta y que no es para menos, que si te descuidas te recuperas de la conmoción dentro de una semana en el mar de Bering. Las noticias alertan de los riesgos y allí están siempre los mismos para constatarlo. Para hacer la foto de mierda que luego se confunde con otras parecidas y llena el hueco del tiempo. O para que luego los equipos de salvamente se maten por recuperar el cuerpo del abuelete de noventa años que no pensó que fuera tan aventurado pegarse a la barandilla de la ría y que se veía con fuerzas suficientes para resisitirse al Katrina. Primero se tumban al sol como lagartos y dicen eso de que a mí los bronceadores me la sudan. Y ahora, repuestos de las quemaduras y con un cancer de piel en gestación avanzada, caminan de la mano hacia la gran ola, para verla de cerca. Todo estacional.

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