domingo, 21 de noviembre de 2010

MIEDO DE BELÉN.
Hay actores encasillados en papeles. Y otros que se empeñan en convertirse en la denominación de origen de un género, con la estrellita de marca registrada en la solapa, como la chaqueta de un coronel del ejercito, creyendo que así se hacen imprescindibles y que nadie se puede olvidar de ellos, cuando en realidad lo único que provocan al espectador es cansancio o risa. La repetición está comprobado que sólo lleva a cosas malas. Para ser Paul Naschi o alguien así necesitarías nacer de nuevo. No recuerdo que nadie se refeririera a Paul Naschi o la historia del cine piense en John Wayne o en Victor Mature como en unos coñazos. Y en cambio Belén Rueda sí que lo es.

Hubo una época en la que Belén lo tuvo que pasar mal. Entonces aun no había pensado nadie en ella como protagonista de dramas sobrenaturales. Se acababa de operar las tetas y posaba siempre en los planos con los brazos cruzados, vestía jerseys de cuello cisne, y mostraba preocupación, arrugaba la frente, posiblemente porque no estaba la mujer convencida. El que la vio y pensó que podría dar bien el papel éste se lució. Las tetas la llevaron primero a otra cosa y la otra cosa la puso luego en mansiones de tres pisos, la hizo madre de chiquillos malditos y le quito la vista. Sólo le queda revelarse ante el destino, que le arrebaten los papeles, y refugiarse ahora en alguna de esas casas encantadas, compinchada con los espíritus, para que le dejen (eternamente) trabajar en paz.

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