jueves, 25 de noviembre de 2010

AQUELLA CANASTA.
Hace más de once años, se jugó en Miami un partido tremendo, de esos que a los cinco minutos de terminarse ya intuyes convertido en historia, por el que los Knicks pasaron ronda gracias a un tiro final de Allan Houston, que rebotó media docena de veces en el aro antes de acabar dentro. Fue el año aquél en el que terminaron jugando la final. Tengo siempre reciente la cara de felicidad del alero de New York. Los compañeros corriendo detrás suyo celebrando la canasta. Y todas esas cosas que a fuerza de escuchar o de contar con entusiasmo llegas a dudar si ocurrieron realmente o son simplemente un sueño. Porque la canasta no terminó el partido, por ejemplo. Ahora veo que aun quedaban un segundo y ocho décimas por jugar. Y no era el tiro de Houston la jugada que había pensado Van Gundy para decidir el partido, había pensado en Sprewell, que se enredó con la bola en una jugada espesísima de la que salieron vivos como solían entonces sobreponerse los Knicks a las desgracias imprevistas. De milagro. Hasta ayer sólo podía recordar un partido que nunca había visto a través del ingenio. La imaginación me permitió sobrevivir once años al enorme vacio que suponía crecer sin aquellas imágenes que ahora me acabo (por fin) de descargar.

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