Pueden recordarse antes los sabores que todas las fotografías. No hace falta cogerse una guía para sentir que estás en ella o te das una vuleta por sus calles. A veces es más más fácil evocar una ciudad de la mano de sus bebidas o de sus postres. En Estambul, por ejemplo, pedí tres o cuatro veces baklava. Un pastel de nueces que para estar bien dicen que tiene que llevar pistacho y venir acompañado de helado. Está buenísimo. Me viene a la cabeza el del Medussa. O el que hacían en Mado, a la mitad de Istiklai Cadessi, una cadena de cafés muy populares, confundido entre las tiendas de antiguallas y los starbuck de la zona al que entras por causalidad y te cuesta marcharte. Eso mismo me recuerda ahora la ciudad un mes más tarde.
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