Ahora que Guti ya tiene claro qué hacer con su vida en el futuro le llega el turno a todo lo demás. Guti se imagina viviendo en Bangkok. Piensa en sí mismo y se complace con la imagen de un tío con mechas circulando en bici por las callejuelas de la capital, fumándose un porrete o jugando a la ruleta rusa igual que Christopher Walken en El Cazador. Todos estamos más tranquilos porque nadie tenía muy claro en qué contenedor podía acabar el centrocampista del Madrid y si a lo mejor terminaría sentando la cabeza. La asociación de ideas entre la civilización asiática, los porros y la decadencia era inevitable en alguien con la formación de Guti, para quien no existe en el mundo inspiración más clarividente y gloriosa que la suya, mira si soy chulo, ícono de la moda y referencia mediática de los que ya no pueden colocar a Raul en la selección y le utilizan como a una rata de laboratorio para vender periódicos y sembrar discordia.
Porque si el Mundial fuera de otra cosa, salir de juerga o provocar a italianos y brasileños en las discotecas y poner cara para llevarlas, habría que pensar en prescindir de Iniesta y hacerle un hueco al chaval. Hasta entonces, yo le veo exactamente dónde él se ve. Que nos avisen cuando cambien las reglas y entonces le llamamos.
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