lunes, 22 de febrero de 2010

FESTÍN.
Antes no existía eso del chorreo. Lo que se daban entonces eran palizas. Alguien machacaba a su rival por cuarenta puntos o a lo mejor ganaba por una canasta y puede que tuviera bastante. Para tratar este tema necesito ponerme filosófico y mirar hacia atrás. Igual que la prensa, que estos días hablaba antes de jugarse la final de Copa de los años que el Madrid llevaba sin ganar el trofeo. Diecisiete. Ahí es nada. Ahora serán dieciocho. Jugaban Sabonis, Biriukov y Simpson, fíjate, llegué a leer. Sonaba a la prehistoria. Y es que lo era. Lo que la prensa no se molestaba en añadir es que aquél título, como todos los que la gloriosa sección de baloncesto ha conseguido desde entonces aun se siguen recordando como las piezas escondidas y descatalogadas de una colección que se valora más cuando se producen por lo que todos sabemos que tardarán en repetirse que por lo que realmente son. O que antes de aquel último título, en La Coruña, hay que concentrarse para retroceder al anterior. O al antepenúltimo. O al que se ganó antes que éste, de liga o de Copa, da lo mismo, algún trofeo de los 80, cuando la mayoria de los jugadores de la actual plantilla no habían nacido y en la tele aun daba las noticias Campo Vidal.

No me hables de la historia.

En lo que a mi concierne, mi relación con este deporte se reduce a sensaciones. Los recuerdos dicen más cosas que el palmarés de una competición o una lista cualquiera de títulos. Y en treinta años uno ya tiene tiempo de formarse una idea aproximada de por dónde le han ido los tiros y si las esperanzas luego fueron triunfos apoteósicos, triunfos a medias o simplemente desparecieron por el aire. En todo ese tiempo el Barca siempre ha sido superior al Real Madrid. Apenas el año aquél de las cagadas de Antonio Serra, las tres ligas consecutivas y la irrupción de Sabonis, cuando se ganó la liga a domicilio sin despeinarse y Pedro Barthe buscaba culpables en la casa para conseguir consuelo. Incluso en esos años, el Barca pudo ganar batallas concretas. Siempre se le dieron mejor los partidos de liga regular, ganaba a menudo en el Palacio de los Deportes y presentaba algún americano que luego resultaba ser un pufo pero aquel día, mira por donde, se salía y anotaba veintitantos puntos. Esto dan de sí esos treinta años. Reconstrucciones. Fichajes fallidos. Intentos infructuosos de seguir la estela del eterno rival. Eran superiores. No he tenido otra sensación salvo en muy contadas ocasiones. Tal vez ayude que de los dos partidos en el Palau de la final del 2007 presencié sólo el primero y me perdí el segundo, no vi la soberbia actuación de Reyes o los triples de Tunceri. Alguien debería de haberme avisado con tiempo. Haberlo predecido. Bodiroga no triunfó vestido de blanco. Tampoco lo hizo Piculín Ortiz, que al año siguiente nos cosió en los partidos que le enfrentaron con nosotros, aunque luego se pasara el resto del año sesteando. Arrinda nos empaquetó a Digbeu y a Alston, poca verguenza. Ya se hablaba hace veinte años del anti-Norris. Fue antes de que se buscara un antídoto a Dueñas o de que se pasaran el último verano rastreando el mercado en busca de un 3 de garantías para poder parar a Pete Mickeal.

La Copa de Trías.

O sea. Que muy chungo. Y eso es lo primero que le deberían de haber explicado a Messina al aterrizar en España. Todo lo que he procurado resumir. Nada de las siete copas de Europa. No haberse emocionado más de la cuenta hablando de Luyk o de Emiliano. La historia se escribe en un presente contiuno por el que las tragedias se pasean con normalidad y el pasado es solamente eso, fotos en blanco y negro y copas encerradas en vitrinas a las que les saca el polvo la mujer de la limpieza. El domingo se habló del vendabal Ricky y de la superioridad en la pintura. Qué más da. Jordi Trias fue el artícife del triunfo culé en el 2.007. Acaso alguien piensa todavía que con otros doce jugadores el resultado hubiera sido distinto?

Records.

La Copa, como siempre. Cada año se superan plusmarcas que parecían insuperables. Dicen que se superó el record de asistencia a un partido. El de presencia foranea, la del Baskonia, casi seis mil Y posiblemente éstos fueron también los abonos más caros y los más difíciles de conseguir. La gente pitó mucho al Rey y al Himno, pero menos que en Valencia, y no hubo record. Los mismos que pitaron al Rey también pidieron la cabeza de Prigioni y batieron otro record, el de mentar la madre de Felipe Reyes en una final de Copa y demostrar que el baloncesto ya no es lo que era y que cada día se parece -siempre en lo malo, claro- más al futbol.

Nombres propios.

Ricky no debería de creerse tan importante. Era circunstancial su papel. Como el de todos los demás. La derrota que estaba escrita tuvo participantes secundarios que intervinieron antes para escribirla. San Emeterio, por ejemplo. La fase final sobredimensionó su papel, el que todos conocíamos desde hace meses. Nadie se acuerda ya que este tío estaba deshauciado por Dusko Ivanovic al comenzar la temporada. Era clave pararle, comentaban antes de empezar la semifinal. Jaric y Llull estuvieron soberbios el viernes. Kaukenas y Lavrinovic, al día siguiente. Ni todos juntos hubieran podido evitarlo. Sólo hubiera sido un episodio aislado en una sucesión de desencuentros.

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