Toca meterle caña a Clint Eastwood. Estoy seguro que los que echan mierda sobre Invcitus ya tenían mecanografiada su crítica meses antes de haberla visto, guardada en el portafolios, años enteros, esperando pacientemente su ocasión. Es una película aburrida, he oido por allí. A nadie le interesa el rugby, dicen otros. Todo el mundo sabe que Eastwood nunca ha sido un buen director, comenta alegremente un tipo en la radio. Con dos cojones. Y bien grandes, además. Que los hay que tener bien puestos para atreverse a decir en público los sentimientos y pasiones que uno fermenta en privado y cobrar por ello. Invictus no es, efectivamente, Avatar 3D. Lo suponía antes de pasar por taquilla. A la salida del cine hablo con mi santa que no hace falta verla en navidad, como han sugerido en otra parte, ni conocer a Andrew Maertens o Francois Pienaar para poder entenderla y que una uña del director americano o el último de de sus planos vale toda la filmografía de, por ejemplo, Isabel Coixet. Pero esa es otra historia. La de John Carlin me parece fabulosa. Necesitamos leyendas para ilusionarnos con sueños y perseguir luego como tontos ese reflejo que produce su recuerdo. El del Mundial del 95, el de Jonah Lomu y los springbox. Lo demás son películas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario