Parece ser que esta mujer que se llama Samanta Villar es la caña de los reporteros de la tele, que ya es decir, porque ahora en la tele ya sólo hay chorizos, famosetes y reporteros, sin que la pertenencia a una de las tres categorías excluya lógicamente las demás. Hay famosetes chorizos. Y aspirantes a pertenecer a los tres grupos a un tiempo, que eso ya es el novamás y se merece un Marca de leyenda como mínimo. Y que eso, que es la caña y que si se tiene que tirar en paracaidas, fumarse unos petas o teñirse el pelo de colores la tía no vacila ni un minuto, ya que su nomina la tiene cogida de sus partes y si hay que ganarse la vida que sea de la manera más ridícula y menos trabajosa posible.
El caso es que con todo lo chula que es esta tía ha tenido que inventarse un reportaje sobre el porno español (coño, qué original!) para conquistar todos los hogares donde aun no teníamos noticias suyas y descubrir la falsedad del asunto. El suyo, claro. Porque la gente está arremolinada y triste por un reportaje tan poco participativo y se siente estafada de no haberla visto en bolas al menos unos segundos. Ese parece ser que era el objetivo. La consigna. El porno español está al mismo nivel que el porno en Sierra Leona o en Libia y la presencia de Samanta parece ser que animaba a muchos a pensar en su despegue. Como en un reportaje chungo de callejeros, no quedó sitio suficiente para almacenar más mugre. Salieron Torbe, Diana Dean o Dunia Montenegro. Se repitieron situaciones y se recuperaron tópicos que todos, menos Samanta, conocíamos. La industria no despega, dicen unos. Otros hablan de la crisis. Las asociaciones de telespectadores fieles a CUATRO han puesto no sé cuántas denuncias y los integrantes de la industria se sienten maltratados por la imagen frívola que con frecuencia se ofrece de un negocio del que viven, creo que aseguran, miles de familias. Yo es que me parto. Pero a Samanta (como a Paradas Romero), otra que llegará lejos, no la pierdo de vista.
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