Todas las nocheviejas son iguales porque los encargados de darle vida al tema se empeñan en que lo sean. Nadie prescinde de Ramón García, tal vez temerosos de que por alguna maldición su ausencia haga estallar el mundo y no queden más fines de año para celebrar las campanadas y la buena noticia de que él y todos en general continuen tan gilipollas como el anterior. Y ya se sabe que desde los egipcios la confianza en las expectativas fiables y los mercados seguros de futuro es lo que hace girar el universo. La posibilidad de diferenciar los fines de año es una opción que solo tienen los deseos que se formulan cada día 31. La uniformización de las ilusiones y las metas acaba mandando a tomar por el culo la esperazanza de comenzar el año de forma distinta.
Ya no me pido el ascenso. Ahora quiero la permanencia en primera y un puesto en la Intertoto. Me conformo con que Dexter sea un poco más malo. Un nuevo presidente para el Madrid. Que comencemos a fichar ministros extranjeros. Que los españoles se vayan (y triunfen) en Inglaterra. Que Johny Wilkinson vuelva a ser el de 2.003. Que Oscar de la Hoya cuelgue los guantes y deje de hacer el ridículo. Quiero un nuevo disco de Los Planetas, de Teenage Fanclub, de The New Pornographers o de Matthew Sweet. Conocer otros mundos, nada serio. Volver a ver a Duncan con un anillo. Ganar un poco más de pasta, paz en el mundo y salud para mí, para mi familia, para todos y para Ramón García.