Ahora que Los Serrano por fin se ha terminado puedo decirlo. Siempre pensé que aquella serie estaba rodeada de metáforas y que con todas juntas habría manera de que al final se pudiera montar una buena, encontrarle un sentido místico a todo aquello, confiaba en un mensaje revelador, una fiesta de pijamas o una pieza que le encontrara la curvatura defintiva al huevo que siempre dio la impresión que sus creadores estaban lastimosamente fabricando. Que no era casualidad todo aquello ni tan malo. Que no podía ser verdad. Ni el plagio de Fran Perea ni la tartamudez de Resines, todo debería de responder a un plan concreto y tener su explicación. Cada temporada se encargó de desmentir las pretensiones que se adivinaban en la anterior y cuando llegó el final y se vio que nadie más esperaba esa explicacion y que yo no las iba a encontrar allí ni por el forro, todos los temores juntos se convirtieron en respuestas. El plagio, la tartamudez, el repetir curso. Los chavales de treinta años paseándose con carpetas por el instituto, con dos cojones, y el oficio de Resines, la mejor personificación de la estupidez inverosimil e imposible, a quien le daba resultado ir de tartaja porque siempre se acababa acostando con la más guapa.
La serie tenía que acabar antes de que Fran Perea se sacara la selectividad. Me hubiera hecho ilusión verle licenciarse, pero no le dieron tiempo para hacerlo. Los guionistas debieron de pensar que ni otras veinte temporadas más le hubieran bastado.
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