AHORA FELIZ, FELIZ.
La segunda y última vez que vi a El Niño Gusano tocar en directo fue en Benicassim. Era el verano de 1.997, hacíamos cola por entrar en el recinto. Entonces las colas tampoco eran como las de ahora. Ni las colas ni los grupos del escenario grande ni los precios de las cervezas. Oscar había lanzado su red en la playa y se había traido a cuestas a una niñata de dieciseis años que esperaba impaciente a Damon Albarn. Y cuanto más me hablaba la niñata de una amiga a la que esperabamos en dos minutos y que me prometía la felicidad de los anuncios del periódico de los domingos, después de la sección de empleo, más gente entraba para hacerse sitio frente al escenario y menos quedaba para que pasaran los dos minutos, llegara la amiga y el Niño Gusano empezara a tocar. La precipitación hizo que pronto empezara a dejar de prestar atención a la niñata. O por querer abarcarlo todo dejé de enterarme bien de nada. Pero apenas recuerdo que recien avancé entre la gente siguiendo un impulso y dejé atrás a Oscar, una señora que dijo ser la madre de aquella tía apareció para reprocharle que era un salido y entonces sonaron las primeras notas de Mr. Camping. A la mierda, me dije.
Ayer murió Sergio Algora. Decir que fue uno de los grandes no hace justicia a su legado ni a todo lo que era. Nadie dijo que el invento fuera justo. A la salida del concierto Oscar me tranquilizó y me dijo que la amiga llegó a los dos minutos, era fea y pesaba ciento veinte kilos.
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