Lo que nunca podrá decir nadie, en cambio, es que esto otro no se predijo. Empiezo a confundir los momentos puntuales y a no diferenciar una historia catastrofista de otra que empieza de otra forma y termina parecido y puedo imaginar a Demetria de Canzana y a Nolo de la Braña corriendo carretera abajo y vagando por la tierra como zombies, recordando la aldea perdida, muy lejos de Asturias, y adivinar a Mark Walberg abriendose paso entre los cajeros de un supermercado en estado de crisis, mucho después de la huelga del transporte, buscando una solución desesperada que prolongue lastimosamente la vida al mundo. El mayor temor en todos los casos es sobrevivir a la catastrofe y ser un testigo póstumo con la eternidad entera para contarlo. Asomarse a un desfiladero en el que los virus naturales y la mano del hombre se disputen el sitio preferente para joderla. Y entonces ya no tienen sitio los actores, las historias de amor y los milagros. Se cierra el telón y empieza la historia de Cormac Mcarthy. Que no es muy original, pero retrata con más precisión lo que otras insinuan, preocupadas por salir guapo en plano y que todo termine bien.
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