sábado, 11 de agosto de 2007


VENENO EN LA PIEL.

Hoy me he hartado a ver tatuajes en la playa. En realidad, ya llevo años alucinando con la colección de escorpiones, serpientes, corazones rosas y símbolos tribales que se marca la peña y con los cojones y las ganas que le echan, que una cosa es cambiarse de camiseta y quemar tus discos y otra muy distinta es la obligación de ponerse este peso encima y asumir la militancia en una moda de manera tan imperecedera, que da pena de pensar en toda esta gente dentro de unos años. Antes decían los puretas de esto que detrás de cada tatuaje había una filosofía por descubrir a la que nunca pude acceder. Desistí a la visión de la segunda macarrada, la cara de Lady Di, el biceps de Maradona o de Pipi Estrada. Ahora solo veo un negocio en expansión que se encargará de ponerle lejía o cómo se llame a tanto desproposito, que nadie sepa lo que te dio por hacer hace unos años, aquellos veranos tan locos, vaya, que no deje huella de la serpiente o la corona de espinas. Todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Y el que no tuvo la suerte de acertar con la filosofía de la tinta, también.

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