ELLOS TAMBIEN MUEREN.
No conocía a Antonio Puerta. Ni mucho ni poco. Les he perdido el rastro a las estrellas hace ya unos años por culpa de los cromos que dejé de coleccionar y el reflejo informativo de las estrellas mediáticas que no dejan espacio para las demás. Pero gracias a los partes médicos y a las necrológicas que ahora bucean en el pasado del pobre chaval ya tengo suficiente para saber que se trataba de un tío sanote, un buen lateral, enterarme del pasado sevillista de su abuelo y del gol que llevó a su equipo a la primera final de la UEFA. Lo que viene después me interesa menos. Cada televisión administra su información de manera parecida y bastan media docena de detalles para hilar un culebrón con un desenlace fatal. Se comienza por la salida del campo caminando tras el primer desvanecimiento, se meten las comparecencias del equipo médico y cuatro tetsimonios chusqueros y se deja para el final la traca del asunto, las lágrimas de Del Nido, la afición arropando el sepelio y el recuerdo de aquel gol acompañado del victimismo que alumbra las mejores ideas, la suspensión del partido, el minuto de silencio, la cabecera del telediario o la estatua de turno, la calle, el nobel de la paz.
Lástima que todo sea tan real. No hay tiempo para ver la diferencia. Todo pasa tan deprisa que pronto nadie se acordara del pobre chaval.
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