NECESITAMOS A GARNETT.
Pienso en voz alta: a lo mejor no es tan malo. Y si resulta que por una vez Danny Ainge no se ha equivocado y dentro de un año nos hartamos a hablar todo lo que se lleva en estos casos, del éxito y de las corazonadas, el despelote padre, y nadie recuerda los lamentos ni los augurios más cenizos que ahora lloran la marcha de Al Jefferson como si fuera el mismísimo Bill Russell. Eso es. Quien dice que lo que necesitamos en estos momentos no sea un golpe de efecto parecido, juntar un par de estrellas y animarse un poco, choca esos cinco, que ya está bien de posponer la recuperación a la madurez inconclusa de tanta estrella de tercera, proyecciones truncadas, talentos que un día salieron de casa a por tabaco y a la vuelta no la metían inexplicablemente ni a dos metros. Los resultados de los Celtics llevan cayendo en barrena desde hace veinte años. El que Garnett, Ray Allen o Kareen Abdul-Jabbar sean capaces de alterar la trayectoria a estas alturas ya deberia de traer sin cuidado a cualquiera que por revivir un mísero de los dieciseis títulos no sea capaz de vender el parquet del Garden, los colores de la camiseta. Luego ni te cuento lo que yo haría con Jefferson, Green o Telfair. Si la transición interrumpida que se acaba de romper con este traspaso no desentona con lo que hemos visto en los últimos veinte años, que alguien me diga dónde está el riesgo. Yo, la verdad, no veo el problema.
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