miércoles, 13 de agosto de 2008

TREINTA TEMPORADAS MÁS TARDE.
Una serie tan cotidiana no puede tener un final ni dar un carpetazo con un viaje a Paris ni con uno de vuelta a Nueva York. Los problemas no se crean ni se destruyen. Se transforman los caprichos y las preocupaciones, cambian los rolletes de Samantha y los zapatos de Carrie, pero no me creo que el final feliz con el que se cierra la sexta temporada sea eso, un final que no preceda a otras treinta que recojan más de lo anterior. Que el único motivo por el que el capullo de Mr. Big termina con la chica sea la coyuntura del momento. O que Smith ya no seguiría vivo de haber aparecido en los primeros capítulos y nadie, ni Samantha ni nosotros, nos acordaríamos de él.

A veces hay que contemplar la realidad con perspectiva y no quedarse en un compartimento estanco donde entran cuatro dvd y no hay sitio para todo lo que en cambio me puedo imaginar. Big volvió a las andadas y le continuó dando mala vida. Alguien así nunca cambia. Los secundarios y los cadáveres siguieron apareciendo: Richard, Aidan, Berger y el médico de los Knicks. Y estoy casi seguro de que ninguna de las cuatro protagonistas fue feliz.

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