Me tropecé por casualidad con el documental de Oliver Stone sobre Fidel Castro y por segunda vez me surgieron las dudas de si no habría sido mejor que el documental lo hubiera rodado el barbudo para contar las andanzas en la isla del director y no al revés. Entonces podríamos entender mejor las motivaciones subjetivas y los pretextos del enfoque y a lo mejor habría quien incluso podría compadecerse del que se pasó posiblemente un par de semanas en la isla echando polvos y drogándose en abundancia y llegó exhasuto al rodaje. Todo hubiera sido más divertido que escuchar las reflexiones chochas de Fidel. Antes un viaje por los burdeles y el contacto con langostas, traficantes y putas que el recuerdo senil de esa revolución que pasa a quinientas órbitas de una ilusión alucinógena en una noche de farra y de su casa con piscina.
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