martes, 12 de agosto de 2008


REINAS DE LA PISCINA.

Las modas te dejan recuerdos de saldo y los recuerdos vienen acompañados de imágenes borrosas que uno luego no sabe si soñó o pasaron realmente. Una relación recíproca. El tiempo siempre produce monstruos que a cualquiera con sentido común o decencia le harían exiliarse o evocar en público unos mínimos votos de arrepentimiento. Yo me habría pirado de España, por ejemplo, si hubiera llevado la tirita que media selección lucía orgullosa en la nariz durante el mundial del 94. Nadie se acuerda de la espada de Indurain ni de los calentadores que llevaban hace veinte años los jugadores de baloncesto. Y si no fuera por la ristra de medallas que pronto se colgará del cuello, Michael Phelps tendría que romperse los guebos para explicarles a sus nietos que la cagada del bañador no fue idea suya y sacar del cajon todos los periódicos que entonces aseguraban lo que dentro de un par de olimpiadas y media docena de modelos más sofistificados y rápidos después sonará a coña. Que era verdad lo que decían. Que no era broma que la NASA estuviera detrás de todo aquello.

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