jueves, 24 de enero de 2008


CAMPOS DE SUEÑOS.

Cuando para presumir delante de los amiguetes todo era poco, no bastaba con haber ido a El Molinón a ver jugar al Sporting, hacía falta participar de sus desplazamientos. En aquellos años conocí unos cuantos campos de futbol más, ahora los llaman estadios, sobre todo del norte, Logroño, Pamplona, Salamanca, San Sebastián, Bilbao o Madrid, como muescas incrustadas en una trayectoria que se alimentaba de imaginarse gestas y exagerarlo todo. También estuve en Mieres, en el Hermanos Antuña, quiero decir, o en Langreo, Ganzabal, Ribadesella, Candas, Navia, Tuilla o Cenero, donde probablemente presencié uno de los partidos más locos y genuinamente castizos de la historia, con pocos cronistas que dejen testimonio de aquel cachondeo, el público (es un decir) esperando al arbitro después del partido o las conversaciones de aquellos con los jugadores. Pesa más el recuerdo de aquellos viajes por Regional Preferente, y hasta en los Juegos Escolares, que cualquiera de los otros que luego pueda revisar a través del video y no me trasmita las misma ansiedad por regresar a aquel tiempo imperfecto que no se guarda en cintas y que continuamente me veo obligado a reinventar. Y el domingo pasado conocí Ipurua.

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