DEFINITIVAMENTE, LA INDUSTRIA APESTA.
El día en el que anunciaron el fin de Aquí hay tomate coincidió con la purga de Mushrom Pillow y entonces la industria me pareció todavía un poco más mezquina. Ese mismo día leía a Diego Manrique profetizar en El País sobre el futuro de las discográficas diez años más tarde que el primer invidente se atreviera en una barra de bar a hacerlo y encadené los tres acontecimientos a una misma cuerda donde el razonamiento común me empujaba a detestar el culpable de que mis sobremesas ahora sean un poco más tristes. Porque lo primero tiene difícil arreglo. Sé que soy excesivamente pesimistas, pero veo más motivos para preocuparme por dónde colocar ahora a Pipi Estrada que a Fran y a Sergio, una hora diaria de tedio, la infusión de las cuatro, casi nada. A dónde van a ir a parar todos juntos ahora me preocupa y si el mundo está ya preparado para que vuelen solos. A La Costa Brava les van a sobrar oportunidades, que tendrían que discurrir cómo espantar tanto moscón de encima. Pero la industria apesta. Los directivos filántropos apestan. Y los discursos empresariales que disciernen entre negocio y diversión y van vendiendo la moto de que lo suyo es otra cosa apestan todavía más que los anteriores. Es la pasta, tío. Lo del Tomate es otra cosa.