Las despedidas son siempre el preludio de una cadena de acontecimientos que en una dimensión temporal se las apañan fatal para conjugar el presente simple o el futuro perfecto y no tienen complejos en justificarse detrás de la primera sombra de gloria con la que se tropiezan, ya sabes, el círculo que se cierra o las canciones inéditas que sólo encuentran sentido en el recopilatorio de treinta y cinco temas conocidos y tarareados hasta el espasmo, todo vale, cualquier óbito merece rastrear los últimos beneficios que luego se van a dejar de producir. Es lo que pasa con todos. Y así se escribió la vaina desde los romanos, de los Beattles a Juanito Valderrama, de Mecano a Pavarotti. Por eso acojo la noticia de la disolución de La Oreja de Van Gogh con la lógica cautela que escapa del triunfalismo y la euforia y sólo tiene orejas para lo que nos espera de aquí a veinte años, todo junto, como el reportaje que contempla la boda unida al embarazo y este a la separación, que ya se encargaran los ejecutivos de BMG de administrar desaforadamente la última dosis, la gira de despedida y la del reencuentro, los respectivos proyectos separados o el recopilatorio de las navidades. Que aun hay tiempo.
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