A las medidas urgentes del gobierno se les responde con otras desesperadas que no dejan lugar para la meditación y el cálculo, ya lo siento, no entienden del meollo social de todo esto y sólo reaccionan ante un gesto hostil, una caricia o una declaración de guerra de la misma manera que pueden, sacando la infantería y dándole un toque a Johny Rambo para que recupere su parcela de protagonismo y se convierta en el portavoz del asunto, un interlocutor válido, como se dice ahora, que no siente los fregaos de tanto patearse campos de prisioneros y haber sobrevivido a mil guerras como ésta y más crueles.
Se acabaron las cuantías para las cancelaciones. Pero la venganza será tremenda, tan grande que maldita será la hora en la que se le ocurrió a Solbes el invento. Se acabaron también las limosnas, perdonar liquidaciones de gananciales, afianzamientos o bases arancelarias por el simple hecho de evitar una sensación que el ministro me acaba ahora amigablemente de ahorrar, sentirme mal, el abusón repetidor de la clase harto de robarles los bocadillos a los niños más pequeños y de hacer el vago. Llega Aranceleitor.