Siempre está el éxito del colectivo. Gana el conjunto, la armonía del bloque. El juego organizado que ha pertrechado el Gominas, respetando el lucimiento individual dentro de un orden, donde no hay lugar para la sangre horchata de Claver o los primitivos arreones de San Emeterio. Pero todos sabemos que no hay orden ni esquema grupal ni pollas que anote canastas imposibles o se entretenga martilleando el aro sin consuelo. Este ha sido el campeonato de Navarro. Lo reconocía Scariolo en una entrevista. Con este tipo se acaban los sistemas. La pizarra termina cuando el jugador del Barca recoje el balón y se piensa cuándo se la va a tirar. Es todo así de fácil. Me lo pregunto. Ninguna selección tenía tan buenas individualidades. La suma de genios dentro de ese orden es lo que define un buen conjunto. Alguno todavía se sorprende de la infalibilidad de aquél, de que te clave un triple con el apoyo de una pierna o de que enchufe con precisión cualquiera de esas bombas que le hicieron famoso y lleva descargando hace ya más de diez años. Sorprende la resistencia al agotamiento. La capacidad de superar los obstáculos que le ofrece cada nuevo campeonato. Somos campeones de Europa nuevamente. El talento es indefendible. Cuando se conjuran los astros se pierden las conexiones con la tierra y deja de haber respuestas.
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