El día que les dio por hacer que todos los fantasmas fueran buena gente, ese día, la jodieron. Como suele pasar en estos casos empezó uno y siguieron todos los demás. Lo de la originalidad es otro tema. Las películas de terror parecían fiestas de cumpleaños. Los fantasmas (fantasmitos, mucho mejor) eran siempre gente atormentada, nada escabroso, tenían deudas con la seguridad social, un ERE en curso, y alguno sobrevivió para acampar en Sol o celebrar el mundial de Sudafrica. Gente corriente. En Insidous no sigue todo igual, menos mal, como se empeñan muchos en decir. De entrada, los que salen en esta película, la última de James Wan, se gastan muy mala uva, nada de corazoncitos ni emoticonos para describir su estado de ánimo y disfrutan puteando al personal. Por eso (por regresar la figura del espíritu al verdadero lugar del que nunca lo debieron de haber sacado) y por triturar con acierto un batido de tópicos que cumplen sobradamente su objetivo (da miedito, vaya), esta debería de ser una de las películas del año y la semilla para que vayan despertando de la siesta todos los que se durmieron por el camino.
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