La infinita posibilidad de reinventarse permite pensar que el final de Boardwalk Empire suponga el principio de cosas buenas. Los caminos que concluyen con un tiro en la frente o el negro que te encañona no dan paso a la vida eterna, se mueven en corrientes circulares que luego disparan trayectorias hacia nuevas tramas que finalizan de forma parecido, con un cuchillo en el cuello o un nuevo pucherazo. Hay mil razones que avalan la esperanza de que nada concluya con el fin de la segunda temporada. El lujo de poder disfrutar del primer papel protagonista de su carrera, el tesorero que ninguno de los Ayuntamientos españoles se permitió tener. La interpretación de Steve Buscemi es sólo la parte más atractiva de un reparto donde todos tienen pasta para trincar y acaparar sus minutos de gloria dentro de una historia que termina en nuestros días, aun inconclusa. El sheriff, la esposa atormentada, el policia corrupto, el hijo desagradecido. Todos conocidos. Porque hay un francotirador en cada casa. Uno que se tapa el ojo por pudor y no se come una rosca. Y que cuando dispara a cien metros, cumpliendo órdenes, no tira con posta ni hace prisioneros.